¿Marcharse? Tal vez no sea tan fácil como puede parecer.
El reto para cualquier persona en una relación estable, de negocios o de placer, y la dificultad particular que experimenta es: ¿Invierto en tratar de arreglarlo o corto por lo sano?
Mirad el enorme desafío que rodea la campaña Brexit.
Muchas de las posiciones en torno a las campañas a favor y en contra, parecen tener dificultades y negociaciones pendientes que tendrán inevitablemente como resultado una votación en el 23 de junio.
Con todo, marcharnos no sería tan fácil como darse la vuelta e irse.
Los argumentos de ambos lados me parecen relativamente razonables, pero ¿Quién sabe cuál sería el resultado real de marcharnos o quedarnos?
¿Fallaría la economía o sin los grilletes saldríamos a flote? ¿Mejoraría la seguridad, cerrando las fronteras o seremos destruidos al estar sólo frente a la amenaza global del terrorismo? ¿El Reino Unido dictará las reglas o terminará sentada sola con sus nueve gatos?
Para añadir aún más complejidad, a la eventual decisión de marcharnos, nos tomará nueve años en averiguarlo.
Honestamente vosotros debéis estar pensando ¿En que se metieron ellos solos? Me hace tener ganas de volver a la cama y cubrirme la cabeza con el edredón.
Pero es el desafío que muchos de nosotros enfrentamos cuando intentamos lidiar con grandes socios estratégicos como proveedores o compradores. Uno de los grandes costes que enfrentamos es la gestión de los riesgos. ¿Debería quedarme con el malo conocido? Depende de que mal están las cosas y que tan alto son los costes del fracaso o de marcharse.
Tenemos que estar preparados para darnos cuenta de ello, y una relación sin la menor posibilidad para marcharse puede resultar abusiva.
A fin de cuentas no deberíamos esperar que suceda un desastre antes de pensar sobre cómo mejorar el valor para ambas partes.
No se limite a marcharse, es posible que no vuelva a ser bienvenido.
Alan Smith