Recientemente cuando iba a una reunión, escuche en la radio un programa sobre la demencia. La historia, contada por su familia y el equipo médico, era sobre la excitante vida de una mujer que fue diagnosticada con demencia a los 80 años. En su condición empeoró y se volvió cada vez menos comunicativa y agresiva, finalmente murió 13 años más tarde.
Una parte de la historia era inusual. Había hecho un testamento vital. Este es un documento que permite a una persona indicar que desea rechazar ciertos tipos de tratamientos médicos, en caso de ser incapaz de tomar y comunicar una decisión acerca de su tratamiento futuro. Aunque hay formas estándar en las que se puede utilizar, muchos testamentos vitales son problemáticos para los familiares y los médicos porque no tienen claro el principio rector de la preferencia del individuo en una situación específica. Esto se debe a que la situación en particular no estaba prevista en el momento de escribirlo, y porque el principio (por ejemplo, que no debía convertirse en una carga para la familia o para los médicos o que no quería vivir en un estado vegetativo o con dolor crónico) no estaba claro.
En este caso a la señora le habían puesto un marcapasos poco después de hacer los 80. Los marcapasos son impulsados por baterías y pueden ser reemplazadas con un procedimiento sencillo que se realiza bajo anestesia local. A medida que el tiempo para sustituir las baterías se acercaba, los familiares y los doctores tuvieron que decidir qué hacer, debido a la naturaleza agresiva de su demencia, ya que era probable que se resistiera energéticamente a la operación, poniéndose a sí misma y al equipo médico en peligro. Al parecer, un anestésico general no era una opción. Así surgió la pregunta – hubiese querido ella, en principio, que este procedimiento se realizara. Consultaron su testamento vital, que simplemente decía que no quería que su vida fuera prolongada de forma innecesaria. Después de muchas discusiones, la familia y el equipo médico decidieron no realizar la operación. Esperaban que la batería fallara pronto – de hecho duro otros 15 meses, y finalmente el marcapasos dejó de funcionar y la señora murió.
Los dilemas morales y éticos que esta historia ilustra son muchos. Un dilema podría haber surgido si los médicos y los miembros de la familia hubiesen tenido alguna diferencia de opinión sobre el significado de su testamento vital. Imagínese si la familia cree que, en principio, la señora habría querido que la operación se realizara, y los médicos la opinión contraria. O viceversa. ¿Es este un conflicto que se puede resolver vía negociación?
Sabemos en términos generales que los principios no pueden ser negociados. Por ejemplo, alguien que cree que la pena capital está mal, en principio, no será susceptible de que cambie de opinión a cambio de alguna cantidad de dinero o cualquier otro incentivo. También sabemos que es imposible negociar una opinión, porque una opinión es una visión subjetiva, imposible de verificar con el tiempo. Por ejemplo, si mi opinión es que el Manchester United es mejor equipo de fútbol que el Real Madrid, no hay nada que me puedan ofrecer para que cambie de parecer. Podría tomar el incentivo y decir que he cambiado de opinión, pero estaría mintiendo. Tampoco me afectaría la persuasión. No voy a cambiar de opinión, incluso si juegan los dos equipos y gana el Real Madrid.
Así que de vuelta al testamento vital, una pregunta difícil - ¿Es posible negociar una opinión sobre el principio de otra persona? Creo que la respuesta es SÍ, tuve una experiencia similar hace algunos años.
Al inicio de un curso de formación en negociación que realizaba en un hotel, hablé con los participantes acerca de qué hacer en caso de incendio, donde estaban los servicios y la política de no fumar. En ese momento fumar dentro de un edificio público como un hotel no era ilegal aunque era generalmente mal visto y la mayoría de participantes prefiere un especio libre de humo.
Uno de los participantes protesto. Explicó que él, personalmente, no fumaba, aunque este no era el punto. Trabajaba en una compañía de tabaco, y aunque él no estaba seguro, creía que su compañía deseaba que él protestara contra cualquier regla de “No Fumar” por una cuestión de principios, excepto donde lo exigía la ley.
Resolvimos el asunto de firma amistosa. Junto con el resto de participantes se acordó que, en principio, cualquier persona era libre de fumar en la sala de formación, lo cual nadie hizo.
Así que de la misma manera si la opinión de los médicos fuera que la anciana hubiera querido la operación en principio, aunque la familia pensara lo contrario, se podría haber resuelto el conflicto acordando que la operación se realizaría, sólo si era posible garantizar que ni el paciente o el equipo médico corrieran algún riesgo; en otras palabras…nunca.
Esperemos que nunca tengamos que enfrentar este tipo de problemas, ya sea como paciente o familiar.
Stephen White