Los Juegos Olímpicos de Sochi empiezan este viernes, pero se ha desvanecido cualquier entusiasmo por la ceremonia de apertura y el espectáculo de los deportes. En su lugar solo leemos acerca de la probabilidad de un ataque terrorista Checheno, el posible efecto en los atletas y espectadores de la legislación rusa, recientemente promulgada, contra los homosexuales y la perspectiva terrible que muchas de las habitaciones de algunos periodistas occidentales podrían estar sin terminar.
De todo esto, la amenaza terrorista ocupa la mayor atención de la prensa. Informes del “anillo de acero” una zona militar rusa alrededor de Sochi para mantener alejados a potenciales terroristas, cortando un poco de hielo con analistas experimentados. Después de todo, estos juegos de invierno han costado a las autoridades rusas un estimado de $30 - $50 mil millones, y la necesidad de recuperar este dinero del turismo, además de querer evitar la vergüenza de tener estadios medio vacíos, significa que a pesar de que la amenaza terrorista ha sido bien publicitada, acudirán a Sochi – tal vez más de 100.000 visitantes. Es difícil ver como cualquier anillo de acero puede operar con este tamaño de invasión humana. El tópico trillado aplica aquí – incluso si las autoridades de seguridad no se equivocan un 99,999 veces, si se equivocan una vez, el resultado sería trágico.
Algún examen debería ser aplicarse al Comité Olímpico Internacional. ¿Por qué en 2007 se eligió este lugar sobre los otros contendientes (Austria y Corea del Sur)? No es como si el conflicto Ruso/Checheno sea una sorpresa contemporánea. La disputa, parte religioso (chechenos islamistas contra ortodoxos rusos), parte por el territorio y parte por la vergüenza ha estado presente por lo menos durante 200 años. Hubo un intento de una solución negociada en la década de 1990, pero fracasó a los pocos años, después de que las fuerzas chechenas invadieran Rusia Daguestán. Posteriormente a eso, las atrocidades cometidas por los rebeldes chechenos incluyendo las bombas que cayeron sobre los apartamentos de Moscú, la crisis de los rehenes del teatro de Moscú, y la más horrible, la masacre en la escuela de Beslán en 2004, podrían haber alertado al Comité Olímpico de la posibilidad de problemas en el futuro. Al parecer no. Y los atentados terroristas posteriores de los chechenos, la más reciente en el maratón de Boston y en Volgagrad en 2013, no nos llevan a tener mayor confianza.
En situaciones como esta, y no hay muchas más en el mundo, en la que parece que el conflicto esta fuertemente arraigado, ¿Existe una esperanza de encontrar una solución? ¿Deberían las partes combatientes intentar negociar una resolución? La historia sugiere que donde hay una victoria de una parte sobre otra, por lo general es de corta duración, y que cuando se intenta una negociación, casi siempre falla (solo hay que ver lo mal que John Kerry intenta conseguir poner en marcha el plan de paz Palestino/Israel y la guerra civil en Siria, la improbabilidad de que los separatistas Tamiles acepten su destino y que existe una paz a largo plazo en Sri Lanka, y la continua resistencia de los tibetanos a su dominación por parte de China).
La alternativa es la realización de algún tipo de equilibrio de poder, donde no hay acuerdo, pero donde las dos partes reconocen que la continuación de la situación actual es mejor para ellos que luchar por cambiarla. Los líderes exitosos en muchos países árabes reconocieron esto a lo largo del siglo XX; la forma de conseguir la estabilidad no era a través de la democracia; era mejor el uso de la autoridad, la autoridad benigna. De esta manera la minoría estaba descontenta, no se molestaba en levantarse contra sus amos – la vida no era perfecta, pero tampoco era tan mala. La primavera árabe ha cambiado todo esto, con las desastrosas consecuencias que hemos visto en Egipto, Túnez, Yemen y Siria (y tal vez, en un momento oportuno Turquía).
Tal vez la idea más interesante es que incluso en las situaciones de igualdad en la balanza de poder, necesitan ser negociadas. En todos los ejemplos exitosos, hay un constante dialogo entre las facciones, por lo general en privado y a puerta cerrada. De esta manera los partidos minoritarios sienten que están participando, y si surgen problemas, existe un proceso para discutir y resolverlos. Dentro de las puertas cerradas.
El problema es que no hay puertas cerradas para la publicidad de un evento deportivo mundial. Así que los rusos y los chechenos no hablan, acentuando de este modo el peligro en Sochi.
Esperemos que la paz se mantenga, y que los titulares que leamos durante las próximas dos semanas reflejen los records mundiales que se rompen, en lugar de la vida de personas inocentes.
Stephen White