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No lo voy a contar

Alan Smith

Imagine que llega muy tarde a casa. Quiero decir muy tarde.

Está subiendo las escaleras a las 3 de la madrugada, intentado no hacer crujir los escalones de madera. Empuja la puerta de la habitación y desliza los pies lentamente por la habitación.

Nada de lavarse los dientes, demasiado ruido. Y mejor tirar de la cadena mañana.

Empieza a quitarse los pantalones y ya demasiado tarde recuerda las monedas que lleva en el bolsillo trasero. Las monedas caen al suelo de madera haciendo un ruido estrepitoso.

"¡Pero qué horas son estas! ¿Se puede saber dónde demonios has estado?".

"Buena pregunta, cariño. Te lo cuento por la mañana", es su respuesta.

Enviamos información a los demás respondamos o no a sus preguntas. A veces la claridad en las respuestas, aunque sean malas noticias, es mejor que ser confuso y dejar a la otra parte que imagine su propio escenario.

El furor generado en torno al sistema de salud público británico (NHS) se ha exacerbado por la aparente hipocresía sobre qué información debe compartirse.

Por un lado, el ministro de sanidad Jeremy Hunt ha defendido la necesidad de un clima de transparencia y confianza. Por otro lado, funcionarios del NHS han sido obligados a firmar cláusulas de confidencialidad que les impiden declarar posibles fallas en el sistema sanitario derivadas de los recortes presupuestarios.

Corren malos tiempos para el sistema público de salud, no cabe duda. Y quizás la única forma de ponerle remedio sea ser verdaderamente transparentes con la situación.

Crear una cultura de la opacidad y la confusión puede enviar un mensaje muy dañino a la sociedad.

 

Alan Smith

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